Un tema que me toca mucho en lo personal es la contradicción entre lo que se dice y lo que se hace. La incongruencia. Seguramente es porque todavía es algo que me cuesta mantener en ciertas áreas de mi vida, como en mis relaciones familiares, por ejemplo. Es un esfuerzo constante para mí; me requiere de mucha conciencia ser congruente...
Hay valores que se nos enseñan teóricamente desde pequeños pero que en realidad no se viven como un valor. Esto es algo que me llama muchísimo la atención… cómo abiertamente proclamamos algo y, por el otro lado, lo ignoramos totalmente o incluso lo condenamos. Hoy lo que capta mi atención es cómo experimentamos la flexibilidad.
Se nos enseña que es “bueno” ser flexible y adaptarse a las circunstancias de cada momento. Más en el contexto de evitar quejas… pienso. Y de no ‘molestar’, ¡seguro! En aras de la ‘paz común’ que todo el mundo ceda sus necesidades y deseos para evitar el conflicto… Y, hasta cierto punto me parece bien. Cuando toca tomar una decisión en grupo, lo más conveniente es buscar lo que mejor se acomode a la mayoría. Y toca ceder, toca acoplarnos. A veces es más difícil, a veces menos.
Sin embargo, cuando en algún momento de nuestra vida decidimos ser flexibles con nosotros mismos… es como si un tsunami se desatara. ¿Cómo así que cambiamos de opinión? Y ¿Cómo es que, además de haber cambiado de opinión, nos atrevemos a proclamarlo a los cuatro vientos? Y no sólo eso, sino que, además, podemos estar de lo más frescos con este cambio, como si no nos preocupara, como si de verdad confiáramos en que todo va a salir bien… ¿?
Algo pequeño desató esto hoy. Me había comprometido a asistir a un evento de mi hija hoy, a pesar de que llevo días sintiéndome mal. Es una gripe… de esas que no fluyen por la nariz sino que pareciera que se congestionan en la cabeza. Me levanté resistiendo con todo mi cuerpo, con todo mi ser, el ir a este compromiso. Me alisté… mi cuerpo seguía resistiendo. El malestar era pesado. Hasta que me dije, batallando con la culpa que no quería ser ignorada: ‘Solange, tienes que ser congruente con lo que proclamas. Tu cuerpo te está pidiendo que te quedes y descanses. Necesitas el descanso.’ Decidí hacerme caso y me quedé descansando. Me sentí mucho mejor. Mi cuerpo requería de ese descanso y nada pasó con por no haber asistido… El mundo sigue en pie.
Esto me hizo conectar con lo importante que es respetar nuestro corazón, por grande o pequeña que sea la decisión que nos toque tomar.
A los cuarenta años decidí cambiar de profesión. Queriendo crecer, evolucionar, sanar, encontrar la paz, inicié una búsqueda interminable de respuestas queriendo aquietar mi alma y traer esperanza de algo mejor a mi corazón. En esta búsqueda insaciable y comprometida conmigo misma encontré mucho más de lo que alguna vez pude haber imaginado. Encontré una nueva manera de vivir. Encontré la vida. Encontré la fe y la confianza. Encontré la paz. Encontré a un Dios amorosísimo, muy distinto del que había conocido.
No sólo eso, sino que, además, aprendí técnicas y herramientas que me permitirían ayudar a otras personas a encontrar lo mismo que yo había encontrado… o aquello que ellas estuvieran buscando. Así fue como pasé de ser publicista y mercadóloga a acompañar a otros en su camino, a compartir esta experiencia viva, estas herramientas, estas técnicas con aquellos que lo necesiten y lo quieran hacer... ESTA es mi verdadera vocación. Esta es la razón por la que vine a este mundo, mi propósito de vida.
Este gran cambio generó mucho movimiento. Tanto en mí, pues tuve que enfrentarme a mí misma, como en los que me rodeaban. A ellos también les moví su mundo. Aunque las cosas no eran claras para mí, ni lógicas, ni sabía cuál era el próximo paso a seguir en ningún trecho del camino, internamente tenía la plena certeza de que este es mi camino. Es aquí donde está mi corazón, mi pasión, mi talento y mi alegría. Así que seguí adelante, ante el asombro, la confusión, la preocupación e incluso el rechazo de aquellos que me observaban de cerca imbuirme de lleno en este terreno ‘desconocido’.
Hubo (y sigue habiendo) muchos cuestionamientos con respecto a mi decisión; este ‘capricho pasajero’ se estaba convirtiendo en lo que aparentaba ser algo formal… ¿Cómo se me ocurría siquiera insinuar que esto iba en serio? Qué, de verdad, estaba pensando en dejar para siempre todo aquello que conocía y en lo que había demostrado ser tan capaz y productiva… En un campo ‘conocido y seguro’. Más aún, estando separada y con dos hijas…
Fue ahí cuando me di cuenta de lo difícil que se nos hace cambiar de opinión y ser flexibles con nosotros mismos. Me di cuenta de cómo seguimos trabajando en algo que no nos gusta, metidos en un matrimonio en el que nos sentimos infelices, haciendo algo que rechazamos hacer… todo con tal de no incomodar a nadie, comenzando con nosotros mismos, tratando de acomodarnos en algo que, a gritos, nuestro ser nos dice que rechaza… También me di cuenda de cómo, sólo con muchísima valentía y sabiduría, es que nos atrevemos a hacer estos cambios. Pase lo que pase, seguimos al corazón.
Hoy, varios años después, me alegra haber tenido el coraje de tomar este camino, contra viento y marea. Me siento muy feliz y en paz. Encontré lo que buscaba. Sigo encontrándolo día a día. Esto no termina… y me alegra que no lo haga. Eso me motiva a seguir viva…
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