Este año fue un buen año. Un año maravilloso más bien. Hubo de todo. Hubo alegrías, nervios, retos, resistencia, satisfacciones, mucho amor, aprendizajes, regalos, logros, pruebas, sorpresas, confrontaciones, gozo…
Varias personas nuevas llegaron a mi vida, personas maravillosas, que han sido y siguen siendo una contribución en mi vida. Personas que han abierto su mente, su alma y su corazón conmigo y me han permitido abrirme a mí también con ellas.
Otras, personas maravillosas también, se fueron. Algunas para siempre. Algunas incluso de esta dimensión. Personas realmente significativas en mi vida. Personas que amo. Personas con quienes compartí una parte sustancial de mi Ser, quedando profundamente unida a ellas de alma…
Y hoy, yo quiero compartir con ustedes este mensaje que recibí ayer y que me encantó. “El Tren de la Vida”. Quiero compartirlo como un tributo a estas personas que se bajaron del tren de mi vida. Seres que siempre tendrán un lugar en mi corazón. Un lugar trascendental. Al mismo tiempo que hay gratitud en todo mi Ser por lo que compartí de ellas, hay un inmenso dolor y una profunda tristeza por su partida.
Ya no tengo miedo de sentir estas emociones; sé que no matan. No es agradable sentirlas, nunca lo es. Pero es sanador. Es estar presente. Es tomar Lo Que Es, tal como es. Es ser real, ser honesta, ser valiente, ser congruente, ser auténtica, ser yo… Sé que sentir estas emociones es parte de mi evolución, de mi proceso de sanación, de irme convirtiendo en una persona más íntegra. Así que honro estas emociones también.
En línea con el poema de Bert Hellinger, “Gracias al amanecer de la Vida”, les doy gracias por todo lo que aportaron a mi vida… lo tomo todo. Con todo lo bueno y todo lo malo. Con su amor y su desamor. Con sus presencias y sus ausencias. Su presencia en mi vida fue perfecta, así como fue. Todo lo que yo les di, se los di con amor, con autenticidad, con todo mi corazón. Honro su paso por mi vida. Siempre, siempre, siempre, siempre tendrán un lugar en mi corazón. Los amo.
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