A principios del 2012, un grupo de amigas y yo decidimos juntarnos regularmente para leer juntas un libro sobre relaciones de pareja, discutirlo, hacer los ejercicios propuestos por la autora y así, juntas, sanar de una vez por todas esa área de nuestras vidas. Todas estábamos separadas o divorciadas y habíamos terminado mal nuestras relaciones de pareja. O no las habíamos terminado de una manera que nos permitiera concluir esta etapa como quisiésemos. No pareciera posible tener una relación de pareja sana.
Todos los viernes por la mañana nos juntábamos en mi casa, en un porche maravilloso frente al hermoso jardín que tenía y hablábamos por largas horas. Hablábamos sobre nuestras experiencias, nuestros sentimientos, nuestras expectativas, nuestras vidas y de aquellos que fueron nuestras parejas. Logramos tener una amistad muy cercana, muy íntima, muy fuerte.
En una de esas sesiones una de ellas compartió con nosotras un extracto del libro “La Maestría del Amor”, de Don Miguel Ruiz, uno de mis autores favoritos, un gran sabio. Nos leyó “La cocina mágica”.
La Cocina Mágica es una metáfora que usa Don Miguel Ruiz que explica cómo los seres humanos vivimos el amor y cómo podríamos vivirlo de firma distinta.
En ella, él describe cómo sería si nosotros tuviésemos una cocina con toda la comida del mundo, tanta, tanta, que podríamos compartirla generosamente con todos aquellos con que quisiésemos hacerlo. Sin límite. Nos invita a preguntarnos ¿Qué pasaría si, de repente, alguien tocase a nuestra puerta y nos dijera: “Hola, tengo esta pizza. Te la doy si me permites controlar tu vida; sólo tienes que hacer todo lo que yo quiera. Nunca te faltará comida”? Si eso pasara, lógicamente te echarías a reír. Si no te faltara comida, ¿Por qué razón habrías de someter tu voluntad y tu vida a alguien más a cambio de algo que te sobra? No tendría ningún sentido.
Asimismo, planteaba cómo sería de diferente la experiencia si esa misma persona, la de la pizza, apareciera en nuestra vida y nos la ofreciera, pero en nuestra cocina no hubiese absolutamente nada de comer. Cómo nos veríamos tentados a ceder el control de nuestra vida a esta persona con tal de no pasar más hambre.
Don Miguel Ruiz hace la comparación de esta cocina mágica con la forma en que hemos aprendido a vivir el amor. Si pensamos que somos una cocina vacía, si no nos amamos a nosotros mismos ni somos conscientes de la gran cantidad de amor que hay en nuestro corazón, entonces le daremos el control de nuestra vida y nuestra felicidad a alguien más. En cambio, si hacemos consciente todo el amor que hay en nosotros, si aprendemos a amarnos, no estaríamos dispuestos a darle el control a ése otro a cambio de que nos proporcione algo que ya poseemos.
En ese entonces vi esta hermosa metáfora como una utopía. Algo inalcanzable. Algo que no podría vivir más que un ser que hubiese alcanzado la iluminación… si existiese tal cosa, que aún no me convence del todo.
Como grupo, nunca concluimos la lectura del libro por el cual nos reunimos, ni hicimos ningún ejercicio. No sólo eso, sino que meses después suspendimos nuestras sesiones porque tuve que dejar esa casa atrás. Un cambio difícil para mí. Sin embargo, ya era tarde. Todas esas largas horas de compartir habían logrado su cometido. Habían tenido un poderoso efecto terapéutico en mí. Habían tocado lo más profundo de mi corazón. Efecto que, aunado a un largo trabajo y mucho compromiso de mi parte en el área de pareja, transformaron mi vida.
Hoy puedo decir que esa cocina es un proyecto real, mi corazón está lleno de amor por mí misma, por mi vida, por el mundo y los demás. Este amor, ni ningún amor, es negociable. El desapego es cada vez más real, más tangible. Lo cual no quiere decir que sea un proyecto concluido. Creo que nunca llegamos a ser un proyecto concluido. Siempre hay espacio para más amor.
Pero hoy sé, hoy siento, que ese amor es mío. Que nada ni nadie lo puede quitar, ni estoy dispuesta a entregar el control de mi vida o mi felicidad a nadie. Tengo suficiente amor en mí. Disfruto compartir este corazón lleno de amor con otros corazones que, a su vez, están llenos de amor. Me gusta compartir mi completud, lo estoy disfrutando y hoy soy más feliz que nunca.
Te invito a leer esta metáfora de Don Miguel Ruiz y a que revises cómo está tu cocina. ¿Qué te toca hacer para llenarla de comida, para nunca tener que necesitar la comida de alguien externo a ti? Sino tener la opción de compartir tu comida con alguien más, porque lo eliges.
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